lunes, 21 de marzo de 2011

Jueves 1 de Abril del 2010

Echar un polvo para luego discutir es de lo peor. Terminamos diciéndonos de todo tras una de esas conversaciones en las cuales hablamos sobre los problemas que nos acarrearía el estar juntos, que él (mí primo Jorge) tiene novia, que está claro que sentimos algo más que simple atracción  y que él sufre teniendo que fingir con ella. Él la ve todos los días de Dios, son como uña y carne, puesta que ella es una celosa enfermiza y le controla a todas horas. Yo paso horas (incluso días) sin verlo y no le atosigo.

Esta noche no fue diferente a las anteriores. Me viene a recoger al parque echamos un polvo y hablamos de un monton de cosas que siempre derivan en discusiones absurdas antes de que me traiga de regreso a casa. Nuestros labios se unen en un tierno beso y nos damos las buenas noches.
Sin embargo, yo no pude dormir.
Era como un impulso que me obliga a escribir todo lo que me sucede ... ni siquiera en mí diario íntimo podía censurar lo que me pasa. Mí madre daba mas vueltas por el piso.... y a eso de las tres de la madrugada la escucho hablar por el teléfono móvil: no la escucho, tampoco le pongo atención... se tratará de uno de sus muchos amantes.


By José Damián Suárez Martínez

martes, 15 de marzo de 2011

Martes 30 de Marzo de 2010

Hoy me siento triste desganada, abandonada, sola... como si no le importase a nadie.
Me ha llamado Jorge a la hora del recreo para decirme que soy una puta, una mentirosa, una falsa... dice que no soy como él esperaba. Me acusa de cosas que no he echo, yo no he hablado mal de él en ningún momento.

Por otro lado vino a buscarme Luisma a la puerta del instituto para decirme que quiere volver, que me desea y me agobia que quiera algo serio después de demostrarnos que lo nuestro no tiene futuro. Me habló de casamiento, de alquilar un piso e incluso de la posibilidad de tener hijos; algo que me ha terminado de hundir.

Por último está Johan que me hace reír y me apoya en momentos en los que me siento así de sucia, de perdida, de deprimida. Me llenan sus abrazos y caricias, pero no he podido acostarme con él... con ninguno.

No me siento bien, no estoy en mis cabales, no quiero escribir, no quiero estudiar ni leer. Me encierro en mí cuarto y no me importa derramar alguna lágrima en la soledad de mi palacio de cuatro paredes. No me importa gritar y jalarme los pelos. No me importa nada... Aveces pienso en el suicidio, ¿pero de que serviría? De nada... al fin y al cabo todo seguiría igual. Que triste es vivir una vida si no es vida. Muy triste es sufrir el ahogo del silencio y las penas revividas. que triste es... la soledad de mí vida.


By José Damián Suárez Martínez

sábado, 26 de febrero de 2011

Lunes 29 de Marzo del 2010

Encuentro un gran apoyo tanto en Micaela como en Jessica y con el paso de las horas en el instituto nos hacemos mejores amigas. A la salida me reencuentro con Johan, con el que conecto nuevamente y nos damos un beso en los labios. Me dijo de quedar, pero le expliqué que mí madre estaba fatal y prefería quedarme con ella.

Mis padres eran solo sombras o cuadros colgados de las paredes, pues no los veo. 

****

Por tarde Johan me pide algo más serio, me relajan sus palabras y acepto ser su novia, aunque muchos no lo vean con buenos ojos, puesto que es mucho mayor.  Se recogió temprano porque le duele la cabeza.

****

Pero para mí es una noche de desfase, todos me dicen que Luisma borracho no se resiste a un polvo. Lo busqué por toda la plaza donde estaba bailando la multitud cargada de emoción, pero se me cayó el mundo y las ilusiones encima, lo encontré, pero follándose a Lucía, la de los ojos grandes como los de un pulpo.
¿Tanto tiempo pensando lo de pedirle una relación estable para encontrármelo follándose a otra?
En un calentón mucho hablar, pero... ¿por qué? El clítoris de esa guarra calentona se estaba dando placer a la polla de mí ex-novio y yo viéndolo como si fuera una auténtica estúpida. 

Los dos discutimos como guerreros medievales, pero mí lengua resultó estar más afilada que una espada cortante. ¿Es que nunca imaginó que fuese tan mal hablada?


By José Damián Suárez Martínez

Sábado 26 de Marzo del 2010

Salgo con Micaela de Marcha, y sexo, solo sexo. ¿Y qué dijo Luisma cuando le invité a salir? Que prefería quedarse viendo la televisión a estar haciendo el bobo en una verbena. ¡Que masque! Ninguno de sus amigos pueden decirle nada malo de mí, puesto que bailo con todos y me respetan por las amistades que les unen a él. Cómo si a él le importase demasiado lo que yo hiciese con ellos, me porto bien, no me emborracho hasta el punto de verme tirada por el suelo como esas penquillas de piernas fácilmente separables: ¡Qué horror, que clase de espectáculos tengo que ver rodeada de prototipos de hombres aspirando a ser superhéroes, esnifando coca en polvo como locos en la edad del pavo.


Llevo a más de uno a límites inimaginables, les muestro lo encaprichada que estoy. Le pregunto a Trusco si sabe que diablos le pasa a Luisma, ¿será gay? Más de uno está flipando con la idea de acostarse conmigo; conmigo como con cualquiera de la que está receptiva. Trusco dice que un tío que no folla es un tío que no funciona, que si no está conmigo es porque es gilipollas perdido. Pero Luisma me tocaba con deseo, pero no quería que fuéramos pareja estable por miedo al que dirán:
-¡joder! -grité desesperada que quería follar y fue como si se hubiera parado la música porque todos me estaban mirando.

Tuve que disimular virándome de espaldas. Micaela me dice que tal vez él estuviese pensando en matrimonio, en el futuro, en ir despacio.

Con el tiempo me había dado cuenta del tremendo sacrificio que significaba hacer el papel de chica respetable y comprendía que a lo mejor en el destino me esperaba algo mucho más especial. Eran sensaciones que cuando estás indignada no comprendes, pero cuando bailo con los chicos, me doy cuenta de que el sexo está a la orden del día. A veces incluso pienso, que estaría bien irme con ellos a un rincón apartado y dejar que me follen hasta reventar.


By José Damián Suárez Martínez

viernes, 25 de febrero de 2011

Me pasaba muchas horas muertas asomada a la ventana, soñando con una vida futura y observaba el barrio desde la altura de un sexto piso. Ropa tendida por fuera de las ventanas, sus sombras eran titubeantes movimientos cada vez que llegaba una ráfaga de aire. Las ventanas eran como junglas, llenas de macetas y flores variadas.

Mí padre fue a buscarme al aparcamiento del instituto, quería verme un rato aprovechando para alcanzarme hasta el zaguán de casa, decía que me echaba de menos. Había salido antes del trabajo y seguía con la otra. Me aseguraba que ella era lo que quería, había intentado mantener una buena relación con mamá y dijo que se había negado. Pero le pedí que me llevara, puesto que no me interesaba escucharlo y tenía hambre. No se percató de que llevaba el vestido, ni siquiera me dijo lo guapa que estaba. Me dejó tres calles más allá para que mi madre no nos viera juntos.

De camino al bloque todos los que paraban en la esquina me piropearon, allí estaba Veneharo, el cual viró la cara y escupió en un acto de asco hacia mí.  Lo que llamaba principalmente la atención era su vulgaridad, mal gusto y afición por el ruido.  
Normalmente los tíos del barrio solían llevar gorra o visera; hubiese sol, lloviera o fuese de noche. También las cadenas, pulseras, anillos y pendientes a ser posible de oro y cuanto más grandes mejor como decía mí hermano. La chica que siempre se ponía con ellos solía maquillarse sin medida como si se pintasen con rodillo. Y por norma general las chicas del barrio usaban prendas ajustadas hasta la asfixia o demasiado ligeras de ella.

Era raro no darse cuenta en que los chicos variaban sus peinados entre el cenicero o "U", los decolorados, crestas, boina (afeitado en los lados y pelo arriba) y dibujos en el pelo tipo símbolo de dolar. Y la estrella es el pelo corto con melena atrás (o rata). Las chicas siempre liso y o muy rubio o muy negro; incluso caoba muy tirando a tono fuego.

Me senté un rato con ellos antes de subir a casa. Sus principales temas de conversación era de tratar lo que harían en el "finde" y la fiesta. Y también de copular los unos con los otros. Para ello "el Macho" utilizaba diversos reclamos: el coche; cuantas más estupideces, luces y trozos de plástico inútiles tuviera mayor era el efecto. Tenía Seat León en color amarillo y cuantos más caballos mejor.


"El Pepino" tenía una scooter. Producía el máximo de ruido posible y hacía el caballito arriesgando su propia vida para llamar mí atención desesperadamente.


El Guillermo, al no tener ni lo uno ni lo otro chuleaba con el móvil de última generación que había comprado y no paraba de llamar porque lo había puesto de línea. Como decía Lolina: "Si no tienes coche, ni moto, dame tu número de móvil y te llamaré cuando estés necesitada".



By José Damián Suárez Martínez

Viernes 12 de Marzo del 2010


Salí con mí hermana a pasear al parque de San Telmo, siempre me había gustado llevar el carrito con mí sobrino, pero lo más era que me confundieran con la madre, me hacía sentir mucho mayor. Aunque a ella no le hiciera demasiada gracia porque me seguía viendo como la hermana menor y alocada.

Estoy segura de como actúo. Soy tan mujer como cualquier otra, una adolescente que goza del sexo, igual o incluso más que los hombres y no me importa el precio que tenga que pagar frente a la sociedad. No tengo miedo de salir sola. Ellos también salen solos, nadie es mejor que nadie. Me gusta hacerlo con hombres mayores, esos cabrones follan bien.


Anyeloddy se fijó en el camarero de una terraza, fue como una atracción mutua.
-¿Tienes novio? -le preguntó el morenazo al traernos los cafés con leche.
Ella no podía parar de reír, se notaba claramente su vergüenza, ¿desde cuando no le tiraban las puntas tan descaradamente?
-No, es enserio -dijo él en tono serio-, ¿te gustaría quedar?
-¿Conmigo? -preguntó asombrada.
-Sí, claro. No tengo pareja.
-Me llamo Antón -dijo con una enorme sonrisa de modelo español.
Mi hermana lo miró con abstinencia al sexo, no la vi convencida de querer pasar por otra relación tormentosa o de enamorarse de un hombre que le diera mala vida.
-Sí, podemos quedar un día... -respondió, sonrió y el rostro de él se iluminó-. Anyeloddy, ese es mi nombre.
Se sonrieron durante un buen rato.
-Pues te doy mi número de teléfono móvil y me llamas cuando quieras -apunto en una hoja y se lo entregó-, ésta semana trabajo de tarde y salgo sobre las once.
A ella le gustó eso de que le diese explicaciones.
-Tienes que saber que tengo un hijo, antes que nada -le confesó sobre la marcha.
-¿Un hijo?
-Espero que no te importe.
-No, para nada -negó el con la cabeza.
-¿Eres de Las Palmas?
-Sí, claro.

Cuando nos alejamos no estaba segura de haberle dado ilusiones al camarero
No me lo iba a confesar, pero estaba segura de que le llamaría aunque fuese para desquitarse puesto que llevaba mucho tiempo sin darle una alegría al cuerpo. Tampoco deseaba de que se enterase Cosme puesto que solía ser demasiado celoso y posesivo. Yo estaba tan salida... Se me pasaba la idea descabellada de pasarme un día sola y pedirle una noche loca de sexo.


By José Damián Suárez Martínez

miércoles, 23 de febrero de 2011

Miércoles 10 de Marzo del 2010

Esa noche no regresamos a nuestras casas y nos quedamos en las calles de Vegueta, allí nos sentamos en un banco, besándonos sin parar, casi desnudándonos con las manos, pero con la ropa puesta. Sabía que era el hombre de mí vida, pero algo nos frenaba realmente y no sabíamos lo que era. Comenzó a llover fuerte, una lluvia repentina y a eso de las tres de la madrugada nos guarecimos en la parte trasera de la catedral de Santa Ana, azocados y protegidos de la lluvia. Tronó un trueno y me abracé a él que se rió al ver que me sentía protegida por sus brazos.
-Te voy a hacer gritar -advirtió soltándose el cinto de cuero para sacarse el pene.
Un inmenso pene que casi me provocó una vergüenza absoluta. ¿Íbamos a hacerlo allí mismo? ¿No era peligroso? ¿No tenía miedo de que nos pillaran?
-¿Quieres hacerlo? 


Me apuré, nos miramos a los ojos. Me besó, se la toqué y respiró hondo. Acariciaba mis hombros, mis senos, jaló de mi nuca delicadamente logrando que acercara mis labios a su glande. Nunca lo había hecho en la calle, decidí aparentar que no me importaba y me la metí en la boca. Recuerdo que la primera vez me dio asco al verla babosa, pero luego me acostumbré. Me gustaba verme frente a sus pantalones bajados y con su cuca en su boca. No tenía sabor, era salado y no tenía ningún olor; tal vez demasiado perfumada. Luego paró, me detuvo, me llevó a un rinconcito y me pidió amablemente que me tumbara, para seguidamente tumbárseme encima. No quiso esperar, simplemente quería follar conmigo. Se movió como si estuviera sacándome brillo. Luego se corrió dentro como en la playa.

Johan  se mantuvo abrazado a mí cuerpo como un bebé buscando calor, como si necesitase sentirse acompañado, como si yo fuera el trozo que le faltaba en la vida. Me susurró al oído en varias ocasiones que yo era lo más bonito que le había pasado en la vida, que no quería que se acabase puesto que le hacía sentir vivo.

By José Damián Suárez Martínez

Lunes 8 de Marzo del 2010

El tiempo pasaba rápido rodeada de mis nuevas amistades. Sentados en las escaleras nos guarecíamos del intenso frío de las noches, justo detrás algunos chicos y drogadictos se inyectaban la heroína, fumaban bolos o tenían polvos rápidos, y esporádicos con prostitutas. Los chicos del barrio en su mayoría solían ser guapos, sus pieles bronceadas, sus sonrisas agradables, la mayoría influenciados por la música regatón, también les gustaba pescar. La compañía, los pájaros, el sol anaranjado y el cielo nublado de color rojo como la sangre. Los geranios y los árboles talados. Desde que lo pienso siento que había sido acogida por todos la mar de bien. Pero todos eran de la generación Ni ni; ni trabajaban, ni estudiaban.

Era normal verlos comiendo un yogur abierto por el culo, solo un agujerito con el colmillo, escupido el trozo de plástico sobrante y absorbido el interior tras agitarlo con fuerza: coco y fresa, pocos de otros sabores. Jessica se sentaba poco con nosotros, pero confesaba haberlo hecho con más de uno de los alrededores.

Si recapacito me doy cuenta de que una mañana me levanté y noté que estaba cambiando, y sentía que mí habitación me delataba. Estaban cambiando cosas dentro y fuera de mí (estaba atacada con solo mirar los peluches que decoraban la cama). Notaba como miraba de manera diferente la imagen inerte de mí cantante favorito, era como si desease que saliese del póster y me besase, acariciase. Me follara como un puto macho. Pero seguía esperando a ver a Jorge, mí primo paterno, mí novio fantasma; al que ninguno conocía y todo porque me decía que llegaba cansado del trabajo. Pero yo también me sentía transparente, no destacaba, no era popular y los tíos que me gustaban no se fijaban en mí.

Todos se asombraron al descubrir que Lolina y Veneharo estaban saliendo juntos. Yaiza estaba contenta porque sabía que éste había estado siempre enamorado de su suegra, pero Isaac era el que no lo llevaba tan bien, pero por lo que decía su madre:

-Tiene que aguantarse; le guste o no. Es lo que hay.



Por las tardes se agrupaban en las escaleras para ver si salían de marcha a la discoteca Avenida, la discoteca más antigua de Las Palmas capital o si hacían un asadero en una caleta y algo más cerca de la playa de La Garita donde se podía nadar desnudo, y donde las parejas podían fornicar entre los escollos, en la oscuridad.

En el grupo se solían mezclar jóvenes de todos los barrios de la isla; el grupo se volvía grande. Recuerdo el alboroto y las peleas por malos entendidos. A veces peleas injustas y mayormente tontas.

A algunas les molestaba que me llevara bastante bien con una chica de veinte años llamada Guacimara y aunque fuera madre soltera la veían como a una guarrilla de mucho cuidado. Pero no decían ni opinaban nada sobre mí relación con Johan, aunque a Lolina le parecía que era demasiado mayor.

Con nosotras se ponía Isaac en el parque. Simulaba que peleaba con Veneharo siendo conocedor de que era el novio de su madre y lo veía como a la figura paterna más cercana. Tenía el pelo oculto bajo una gorra con visera color azul celeste y los ojos marrones; las cejas pobladas y se detuvo mientras simulaba la pelea callejera para mirar a Yaiza. No llevaba camisa puesta, pero sí el pantalón de un chándal negro caído mostrando la raja del culo. Tenía el cuerpo formado de hacer flexiones y Yaiza me confesó que el paquete le daba tantos saltos porque la llevaba suelta, no llevaba puesta ropa interior porque le molestaba:
-Es que tiene los huevos grandes -confesó en voz baja-. Siempre los ha tenido cargados ¿No me iba a dejar preñada la primera vez que me la metió?

Con Jorge comencé a verme casi todos los días a escondidas, aunque las chiquillas lo sabían, sobretodo Micaela. A veces iba yo hasta San Telmo en guagua con el dinero que le pedía a mí madre, íbamos de paseo por todos los callejones por los que me conducía. No nos habíamos besado tanto que digamos, pero sí me daba de esos abrazos de oso y siempre estaba atento a mí. Me gustaba su sudor de trabajador, sus manos encalladas cuando se aferraban a las mías para lucirse en Triana de novia joven y guapa. A sus veintiséis años no había descubierto el amor, pero lo veía muy enamorado de mí. Era muy activo, tanto que muchas veces lo veía saltar de un lado a otro de la alegría que llevaba encima cada vez que nos besábamos. 
Conocí a algunos de sus amigos y cuando hablaban de sexo sentados en alguna terraza bebiendo cerveza, aseguraron que no era un tío de matarse a pajas, que él era de relaciones largas. Y es que siempre era cuidadoso y meticuloso en todo lo que hacía y decía. Se pensaba las cosas antes de decirlas o hacerlas. Jamás y nunca me alzó la voz, ni siquiera se enfadaba por mí impuntualidad. Se encogía de hombros, haciendo como que escuchaba. No era tan alto para su edad, salvajemente fibrado a consciencia; Tenía manos y pies pequeños, cuello grueso envenado, tierno pero activo y demasiado pulcro en algunas cosas que hacía. Puesto que no se lavó las manos en las tres ocasiones que fue al cuarto de baño. Sus fuertes brazos me rodearon el cuerpo continuamente, pero algo faltaba. Ni siquiera hablamos del sexo y la verdad es que me asustaba el momento en que surgiera ese tema.

Pronto cogimos la mala costumbre de salir hasta bien entrada la noche, incluso el me pagaba la guagua o el taxi porque vivíamos bastante lejos. Me gustaba lo bien que le quedaban los pantalones vaqueros y el culo que le hacían. A veces me sentaba encima de él y sentía como su cosa se levantaba, se le ponía juguetona. Se reía, me besaba, pero no tomaba la iniciativa de ir más allá. Eso me estaba dando que pensar.

By José Damián Suárez Martínez

Sábado 6 de Marzo del 2010

Por la tarde no pudimos quedar porque a mí primo le había dado fatiga en el trabajo y estaba bastante cansado, me preocupé pero estaba bien, solo necesitaba descansar. Él tenía ganas de venir, le daba igual todo, pero le pedí que no, que sería mejor vernos otro día.

Me dirigí al parque de la iglesia donde me esperaba una conocida del barrio y con la cual cada día que pasaba me llevaba mejor. Yo estaba intentando que uno de los amigos de mí hermano se dignara a fijarse en mí, pero parecía ciego. Él se apoyaba en el capó del coche que estaba aboyado, a causa de un accidente de tráfico cuando se incorporaba a Vecindario desde la autopista. Estaba acompañado por José Carlos y se tomaron un descanso para fumarse un porro que éste último había liado con esmero sentado en la acera.

Mí amiga Yaiza tenía un algo especial. Mis ojos fueron distraídos por su pelo rubio, largo y ondulado. Siempre se la veía por el barrio con el carrito en el que trasladaba a su hijo Wenceslao de un añito de edad. Lucía un top blanco, un chándal de marca cara de su novio Isaac y sus ojos eran de un color marrón, como el de la tierra mojada. Llevaba algunas cadenas de oro con símbolos cristianos. Bajo su cabello poseía un rostro cincelado con forma de luna, una nariz fina y en el cuello un chupetón de algún beso absorbido para dejarla marcada, para que todos los tíos que la mirasen supieran que tenía pareja; aunque lo ocultaba diciendo que se lo había hecho para molestarla. Sus gestos tenían carácter, expresividad, infundían respeto y provocaba el deseo en los hombres. Bailaba al ritmo de la música del amigo de mí hermano, moviendo las caderas, sus senos resaltaban, ambos les lanzaron besos sinuosos e insinuantes.

Cada año un gran número de adolescentes quedaban embarazadas. Decían que muchos padres y profesores intentaban ayudar y se preguntaban que podían hacer para ayudar a sus hijos a vivir esa etapa de la vida y prevenir ese tipo de situaciones.

Conectamos desde la primera vez que nos presentaron en el parque. Su alegría y su espontaneidad hacían consecuencia en ambas. Nos estábamos volviendo amigas inseparables. Yaiza con dieciséis años tenía las ideas claras y era demasiado madura, una madurez abrupta y a golpe de palos. Me hablaba abiertamente de su vida sin tapujos, de la realidad que vivía día a día siendo la novia de un gandul de quince años, teniendo que esforzarse en los estudios que le permitían siempre y cuando estuviera al cargo de su hijo, de sus atenciones puesto que el padre era un irresponsable y si no se cuidaba terminaría volviéndola a preñar para luego de darse el gusto y dejarle el disgusto. Por lo cual se negaba en rotundo a hacerlo sin condón cuando no tomaba la píldora anticonceptiva.

Mí madre no se enteraba de si entraba o sí salía de noche y eso me daba más libertad a la hora de hacer nuevas amistades. Charlaba en la plaza hasta bien entrada la medianoche, justo antes de que un grupo de chicos del barrio se pusieran también allí. 
Con ellos se sentaban algunas madres, una de ellas era Lolina Sánchez que era a su vez la suegra de Yaiza. A pesar de que era divorciada y tenía un hijo de quince años, en el barrio la trataban como a una adolescente. Su risa era contagiosa por su alboroto, y cuando veía a cualquier treinta añero decía que quería echar un buen polvo, que estaba necesitada.

Vestía un pantalón acampanado, un top ajustado y no dejaba de poner a parir al padre de su único hijo Isaac, el cual la había dejado por su sobrina Leticia; su estado depresivo era natural y todas las chicas del barrio la animaban.
-Odio sentarme aquí por como me critican las vecinas -dijo bastante cansada de los comentarios sobre su persona.
-¡Coño suegra, pasa de las envidiosas! -le dijo animándola.
-Sí, Lolina -también la animaba Yurena-. ¡Pasa de esas putas con boca que solo saben joderle la vida a una!
-No sé que decir para animarte Lolina -le dije-. La verdad es que no te conozco mucho y no entiendo por qué está tan jodelonas tus vecinas, pero seguro que es porque eres una madre coraje, una luchadora de mucho cuidado, te envidio, pero con envidia sana.
-Gracias, Sara -me dedicó una humilde sonrisa-. Sé que nos conocemos poco, pero te aprecio como a una hija… -señaló a todos los chiquillos advirtiendo a voces-, y si alguno de estos pervertidos se atreve a ponerse de pesado me avisas que les canto las cuarenta a quien sea. Los quiero como a mi hijos, pero no aguanto los abusos.
Todos ellos la miraron con atención, la querían como a una madre y la escuchaban. Más que a sus propias madres que los parieron.
-No te preocupes, suegra -dijo Yaiza riéndose-. Si la ven con nosotras nadie se atreverá a meterse con ella porque saben lo que hay, ¿o no chiquillas?
-Sí, claro -afirmaron todas.
-Sí -reafirmaron los chicos.

Lolina no seleccionaba a los hombres con los que se acostaba, decía sin tapujo alguno que se sentía una ninfómana de mucho cuidado. Yo también había disfrutado del sexo, así que escuchaba de lo que hablaban entre ellas sin opinar. El guapo de Veneharo era el tipo de hombre ideal de Lolina, con miradas se lo decían todo. A todas nos hacía suspirar su piel tostada. Le encantaba el sexo y parecía un hombre insaciable. Un buen polvo; un buen partido. Sin duda estaba reservado para Lolina. Ella había estado con él, con un tal Yeray de Zárate, y mantuvo relaciones sexuales con un joven de veinte años, amigo de sus sobrinos, al que conoció en los mogollones de los carnavales. Y por esas fechas por obra del destino también conoció a Alberto Medina Robaina el padre de su hijo, dueño de un restaurante muy conocido en la isla de Gran Canaria. Ahora por despecho prefería follar como una loca con hombres más jóvenes e inexpertos. Era agradable, amena, charlatana y siempre embozando una sonrisa positiva. Su desengaño amoroso no la iba a volver loca. Por lo visto se había vuelto una asalta cunas, una atrevida, estaba en su salsa rodeada de todos esos jóvenes que la adoraban porque veían en ella un polvo fácil de echar con un par de cubatas encima. Su sueño era ver al padre de su hijo pidiéndole que volviera de rodillas. Victoriano el del Bar no paraba de celarla y enviarle mensajes de texto al teléfono móvil para quedar por la noche. Pero estaba cansada de acostarse con viejos de pollas arrugadas, puesto que había experimentado del sexo de otra manera con los jóvenes.
-Sara, ¿tienes un rotulador permanente a mano? -me preguntó Veneharo.
-Que va, tío…
-¡Joder que putada! -se lamentó-, queríamos poner nuestros nombres en el muro.
-Espera -dije buscando en el bolsillo de mí chaqueta, saqué el estuche que había olvidado dejar en casa y del interior saqué el tipe, creo que esto les servirá.
-¡Joder, eres una puntal! -dijo alargando su mano grande y de uñas comidas para cogerlo.

Lolina tenía muy buena relación con su nuera Yaiza y había aceptado muy bien la idea de ser abuela porque cuando la acogió en su casa tenía tres meses de embarazo.
-Fue duro descubrir que mi hijo Isaac iba a hacerme abuela con catorce años, pero luego una se acostumbra, ¿entiendes?

Miraba a la demás personas que paraban en la plaza, sentados enfrente, muchos de ellos no paraban de mirarme las tetas. Era una suerte no estar asolas con ellos porque parecían unos pervertidos de mucho cuidado. En las escaleras, las reuniones en la oscuridad. No habían más que porros y risas. Yaiza dejaba de fumar el porro y se lo pasaba a un macarra de otro barrio, con dos pretendientas, una que se le entregaba con facilidad, y otra que se la chupaba porque era virgen, y pura. Todos aguantaban las catadas unos minutos sin respirar antes de expulsarlos; por lo visto eso les provocaba un subidón tremendo. Yo sentía que me recorría un escalofrío. ¿Serían sinceras sus amistades y el cariño que me proporcionaban? Ellos eran solamente desconocidos a los que había cogido aprecio, pero que me daban compañía y tardes de diversión. Los sentía mis amigos, mis confidentes; me aceptaban tal y como era sin prejuicios hacia el tipo de persona que yo era. Me asombraba pensar que Isaac con quince y que Yaiza con dieciséis ya eran padres, y que se entendían. Me daba envidia verlos así de enamorados.

By José Damián Suárez Martínez

Viernes 5 de Marzo de 2010

Según pasaban los días comencé a tener una oleada de sueños eróticos sin tino, con uno con dos y la mayoría querían subírseme encima, quizás mí mente se estaba preparando para experimentar mucho más. En el instituto me daba igual aparentar ser virgen con quince años y no haber besado a Dario con ocho años, a Jerónimo y a Aarón con doce. Tampoco me molestaba el hecho de que Michael y los demás me dijeran guarradas, incluso que cuando estuviéramos a solas me hablara correctamente, pero seguía viéndolo como a un despojo humano.

Vi arreglarse a mí madre. En sus ojos veo el mismo dolor, desmoronarse su mundo, la misma pena que su sonrisa y sus miradas no podían ocultar. Pero como siempre, sacaba su garbo y su fuerza para salir adelante. No dejó de hacerle la manicura y pedicura a las clientas todos los días. Poco a poco se iba recuperando y llegaban a mis oídos cotilleos de que varios hombres la estaban cortejando, aunque ella no estaba por la labor de rehacer su vida nuevamente, no quería oír hablar de amor, ni siquiera de las discusiones de mí hermana mayor con su novio Cosme. 
Papá vino a recoger más piezas de ropa y zapatos de salir. Se escuchaba en el barrio que había comenzado una historia de amor, bueno que ya había estado con ella anteriormente. No le hablé, solo escuchaba las bolsas y sus pasos. Le escuchaba hablarme aunque no le hiciera caso y subí el volumen de la radio para que no me molestaran sus quejas. Tocó en la puerta para despedirse, le dije adiós. Preguntó si no le daba un abrazo, le dije que no, que estaba estudiando y la verdad era que me sentía bastante resentida por haberse marchado.

Mí hermano volvió a casa después de tantos días fuera, hablamos en la cocina, había llegado mucho más calmado, puesto que había conocido a una chica que le gustaba. Todo fue muy rápido y sin darse cuenta estaban enrollándose en los aparcamientos de un centro comercial. Toda esa semana estuvo conviviendo con ella y me pidió que por favor le cortara las uñas de los pies porque la chica no paraba de reírse a causa de tenerlas largas. Le gustaba que se las cortara, no dejaba que nadie más lo hiciera, es que él nunca aprendió a hacerlo por vago y cuando lo intentaba se hacía un daño horroroso, tanto con tijeras como con los corta-uñas. Con las manos no tenía pulso ni precisión y a causa de eso solía perder cuando echábamos una partida a la videoconsola. Le crecían hacia delante y afiladas. Casi siempre se sentaba en el sillón mientras tanto y me hablaba de sus batallas, porque siempre fue bastante fantasma. Desde pequeños mantuvimos una buena relación, bastante unidos para ser hijos de distintos padres, pero nos criamos juntos y de pequeños fuimos como uña y carne. Pero pronto creció y empezó a verme como a la hermana pequeña que era, dejamos de ser amigos. Ya no jugábamos a nada si no era a la videoconsola, incluso, no nos dábamos un abrazo desde muchos años atrás cuando corríamos por la playa desnudos. Su cuerpo había cogido masa muscular, era mucho más alto y hasta podía cogerme en peso por lo ligerita que siempre fui. Tenía manos grandes, de venas visibles y tenía los dedos llenos de anillos, la mayoría de oro. Hablaba, pero era más mandón que otra cosa y había cambiado su forma de ser. Se había vuelto más rebelde, incluso después de haber pasado en la cárcel tres meses al poco de cumplir la mayoría de edad y desde mucho antes ya había saboreado los placeres del sexo y las drogas. A su lado aprendí a hacer porros, se los liaba y los fumaba como si fueran golosina. Pero el olor me echaba para detrás y hasta me provocaban dolor de cabeza, aunque con el paso del tiempo me fui acostumbrando. Mamá prefería que fumara en casa y no en la calle esas cosas. No quería que los vecinos hablaran más de la cuenta, ya había tenido suficiente con verlo en la cárcel tras haber pasado por un juicio rápido por robo con arma blanca. 
Pero yo me asombraba con simplemente verlo duro, tieso como una piedra, cuando lo llamaban sus amigos alardeaba de las cosas que le iba a hacer a Tamara, porque así se llamaba su novia y vivía en Vecindario. Se la pasaba todo el día bajándose películas porno de Internet que luego ponía por las noches y yo aprovechaba a que iba al cuarto de baño para escuchar desde detrás de su puerta. Solo escuchaba jadeos y gemidos.

Esa noche a las doce quedé con las chiquillas en el zaguán del bloque de Micaela, llegué la primera, pero ella no tardó en bajar porque le gustaba arreglarse desde uno o dos horas antes. Había habido un cambio de planes, en vez de ir a la verbena decidieron ir a la caleta oculta de la playa donde podríamos estar con la música a todo volumen sin preocuparnos de los policías y los vecinos. A Micaela siempre le gustaba llegar desde el principio para ver a la gente, a sus conocidos de noches de desfase y amigos del novio. Nos sentamos frente a los chicos que intentaban tocar tetas descaradamente y cuando uno de ellos encendió la radio del coche todos se pudieron a bailar. Los tíos miraban, pero sus ojos observaban más a las amigas de Micaela porque tenían el cuerpo más desarrollado. Yo es que tampoco me hubiera arreglado tanto, preferí ponerme un pantalón vaquero y una blusa de botones que unas de esas faldas imposibles que las demás lucían. Las chicas movían con tremendo swing las caderas dejando atónitos a los presentes y me hablaban mientras bebíamos cubatas. Mí primo paterno Jorge llegó con su pinta de latinlover y vestido como el macarra que siempre había sido. 

A lo largo de la noche las chicas se fueron acomodando con los chicos que les gustaban, me quedé asolas con los demás varones, Láyonel y Luisma. La verdad es que no me hicieron demasiado caso, pero me percaté que mí primo no paraba de mirarme. Se encontraba detrás de su coche, me sonreía y se acercaba con disimulo. Me gustaba su pelo negro corto, con mechas rubias, sus ojos marrones ocultos bajo grandes gafas de sol que le daban un aire fashion y alardeaba de las veces que había venido a la playa hasta que consiguió ese bronceado en la piel que tanto me gustaba. Me hablaba muy pegado a la cara y podía percibir el olor a alcohol que le recorría todos los recovecos del cuerpo. Me perseguía con la mirada; me gustaba aquella situación, como cuando tienes las chinas y no puedes parar de rascarte. Habíamos hablado durante toda la semana a través del Chat e intercambiamos fotos, insistió para que le enviara alguna en ropa interior o de baño. Pero no tenía, siempre fui vergonzosa en ese aspecto. Pero las que me enviaba estaba sin blusa, exhibiendo sus músculos y su anatomía de infarto.

Acompañé un momento a Micaela a unas piedras porque se encontraba mal, tenía que vomitar lo que había bebido; esperé a una distancia prudencial, no vi nada, tampoco la escuché, solo la música de fondo. Algunas de sus amigas se acercaron para orinar y ver si se encontraba bien; una fue la que se acercó y le preguntó:
-¿Ha bebido mucho?
-Sí, bastante -respondí.
-Es bueno que lo eche fuera.
-¿Tú no deberías estar durmiendo?
-¿Cómo? -pregunté desconcertada.
-Eres menor, ¿no?
-Sí, claro. Micaela también.
-Sé como es mí amiga. Me refiero a que tengas cuidado, aquí hay mucho asalta cuna.
-¿Asalta cuna? -volví a preguntar.
-Sí, que follan con niñatas como tú.
Micaela se acercó con su otra amiga, las miró con desprecio.
-Chiquillas, Sara no es así. 

Volvimos con los demás. No encontré a mí primo, era pequeñito, pero gracioso. Lo eché en falta y también sus miradas sinceras. De repente, me lo topo de frente:
-¿Podemos hablar?
Afirmé con la cabeza.
-¿Me vas a responder a la pregunta que te hice el otro día?
-¿A cual?
-¿Tienes pibe?
-No, para nada.
-¿Quieres beber algo?
-Bueno.

Nos acercamos al bullicio, abrió la nevera cargada de hielo hasta arriba, sacó una botella de ron para servirse él uno seco, luego en otro vaso de plástico echó coca-cola y ron para mí.
-¿Mí tía Ariadna te dejó salir?
-Sí, bueno...
-Le mentiste.
-Le dije que iba a quedarme en casa de Micaela.
-Eres una loquilla.
-Para nada.
-¿Segura?
-Sí, parece mentira que no me conozcas.

A veces me daba la sensación de que no quisiera que lo mirase y en otras era como si deseara que me acercase. De un momento a otro nos encontramos de frente y todo fue bastante rápido, pero eterno a la misma vez. Una vez frente a frente me soltó el botón y la cremallera del pantalón con nerviosismo, y apuro. Le gustaban mis manos cuando recorrí sus mejillas y su cuello. Podría violarme, nadie se enteraría si lo hiciese.
-¿Vas a follarme? -le susurré al oído.


Se agachó para quitarme el pantalón y las bragas. Estaba asustada, pero me sentía protegida por sus manos expertas. Me hizo recostar sobre el capó de su coche y me embistió a lo salvaje. Yo gemí, él jadeó. Quería que supiera que me hacía un daño horroroso, pero le pedí que siguiera. Me tapó la boca con su mano izquierda y me susurró al oído, puta. Pero no era una puta. Quería poseerme a como diera lugar, no importaba donde, solo quería que lo tuviera dentro. Jadeos, mis gemidos y el sonido de las olas rompiendo contra la costa. Sus jadeos desenfrenados, mí vagina semidilatada y no se había percatado como me dolía. 
Él seguía, yo aguantaba como una campeona. Pronto terminó, como si todo se hubiera silenciado, como si solo existiera el momento de él y yo. Se apartó y escupió al suelo. Pensé que era a modo de desprecio hacia mí conducta. Mirarlo tan macho, se creía el amo del mundo y no había sido más que la recompensa de la noche. Ahora lo sentía dentro, pero sentía un miedo horroroso a su desprecio después de... Me miró con cara de pena al ver como había quedado. Sí, ahora era tarde. 
Luego se agachó para alcanzarme los pantalones, me los puse mientras el orinaba en silencio. Era como si estuviera pensando en lo que acabábamos de hacer y se arrepintiese. Cuando acepté en salir con las amigas de Micaela pensaba en bailar como una loca, beber algunos cubatas, pero todo se había torcido en mí cabeza, sintiendo sus babas impregnadas en la piel, su sudor sobre la frente, su semen en mí interior. Pensé que duraría más. Ni nos besamos, ni acariciamos como dos babosos. Dijo que hablaríamos por el Chat y se lo conté a Micaela, que creo que no me escuchó con lo colocada que estaba. Se había despedido de los chicos con intensiones de irse, pero le pedí que se quedara un rato más y aceptó. Eleuterio, él amigo de ésta se puso celoso cuando me vio regresar con mí primo y no me dirigió la palabra el resto de la noche. A eso de las cinco de la mañana me llevó en su coche hasta el zaguán y nos quedamos en silencio.
-¿Te dolió?
-Un poco -respondí.
-¿Solo?
-Bastante.
-Lo siento, me emocioné.
-Me lo imaginé.
-Lo siento, ni te imaginas las ganas que tenía de follarte.
-¿Sí?
-Sí, claro. Tenía ganas de llamarte estos días atrás.

Nos dimos un beso de despedida. Subí a casa y cuando me disponía a meterme en la cama recibí un mensaje de texto, miré el teléfono móvil y era de él, quería quedar por la tarde a eso de las seis, me llamaría para concretar cuando saliera de trabajar. Luego me llamó y le pedí perdón porque no sabía que tenía que ir a currar por la mañana, él pobre... seguramente pensaba en irse pronto para dormir aunque fuesen un par de horas y por mi culpa tendría que ir al trabajo muerto de sueño.


By José Damián Suárez Martínez