miércoles, 23 de febrero de 2011

Lunes 8 de Marzo del 2010

El tiempo pasaba rápido rodeada de mis nuevas amistades. Sentados en las escaleras nos guarecíamos del intenso frío de las noches, justo detrás algunos chicos y drogadictos se inyectaban la heroína, fumaban bolos o tenían polvos rápidos, y esporádicos con prostitutas. Los chicos del barrio en su mayoría solían ser guapos, sus pieles bronceadas, sus sonrisas agradables, la mayoría influenciados por la música regatón, también les gustaba pescar. La compañía, los pájaros, el sol anaranjado y el cielo nublado de color rojo como la sangre. Los geranios y los árboles talados. Desde que lo pienso siento que había sido acogida por todos la mar de bien. Pero todos eran de la generación Ni ni; ni trabajaban, ni estudiaban.

Era normal verlos comiendo un yogur abierto por el culo, solo un agujerito con el colmillo, escupido el trozo de plástico sobrante y absorbido el interior tras agitarlo con fuerza: coco y fresa, pocos de otros sabores. Jessica se sentaba poco con nosotros, pero confesaba haberlo hecho con más de uno de los alrededores.

Si recapacito me doy cuenta de que una mañana me levanté y noté que estaba cambiando, y sentía que mí habitación me delataba. Estaban cambiando cosas dentro y fuera de mí (estaba atacada con solo mirar los peluches que decoraban la cama). Notaba como miraba de manera diferente la imagen inerte de mí cantante favorito, era como si desease que saliese del póster y me besase, acariciase. Me follara como un puto macho. Pero seguía esperando a ver a Jorge, mí primo paterno, mí novio fantasma; al que ninguno conocía y todo porque me decía que llegaba cansado del trabajo. Pero yo también me sentía transparente, no destacaba, no era popular y los tíos que me gustaban no se fijaban en mí.

Todos se asombraron al descubrir que Lolina y Veneharo estaban saliendo juntos. Yaiza estaba contenta porque sabía que éste había estado siempre enamorado de su suegra, pero Isaac era el que no lo llevaba tan bien, pero por lo que decía su madre:

-Tiene que aguantarse; le guste o no. Es lo que hay.



Por las tardes se agrupaban en las escaleras para ver si salían de marcha a la discoteca Avenida, la discoteca más antigua de Las Palmas capital o si hacían un asadero en una caleta y algo más cerca de la playa de La Garita donde se podía nadar desnudo, y donde las parejas podían fornicar entre los escollos, en la oscuridad.

En el grupo se solían mezclar jóvenes de todos los barrios de la isla; el grupo se volvía grande. Recuerdo el alboroto y las peleas por malos entendidos. A veces peleas injustas y mayormente tontas.

A algunas les molestaba que me llevara bastante bien con una chica de veinte años llamada Guacimara y aunque fuera madre soltera la veían como a una guarrilla de mucho cuidado. Pero no decían ni opinaban nada sobre mí relación con Johan, aunque a Lolina le parecía que era demasiado mayor.

Con nosotras se ponía Isaac en el parque. Simulaba que peleaba con Veneharo siendo conocedor de que era el novio de su madre y lo veía como a la figura paterna más cercana. Tenía el pelo oculto bajo una gorra con visera color azul celeste y los ojos marrones; las cejas pobladas y se detuvo mientras simulaba la pelea callejera para mirar a Yaiza. No llevaba camisa puesta, pero sí el pantalón de un chándal negro caído mostrando la raja del culo. Tenía el cuerpo formado de hacer flexiones y Yaiza me confesó que el paquete le daba tantos saltos porque la llevaba suelta, no llevaba puesta ropa interior porque le molestaba:
-Es que tiene los huevos grandes -confesó en voz baja-. Siempre los ha tenido cargados ¿No me iba a dejar preñada la primera vez que me la metió?

Con Jorge comencé a verme casi todos los días a escondidas, aunque las chiquillas lo sabían, sobretodo Micaela. A veces iba yo hasta San Telmo en guagua con el dinero que le pedía a mí madre, íbamos de paseo por todos los callejones por los que me conducía. No nos habíamos besado tanto que digamos, pero sí me daba de esos abrazos de oso y siempre estaba atento a mí. Me gustaba su sudor de trabajador, sus manos encalladas cuando se aferraban a las mías para lucirse en Triana de novia joven y guapa. A sus veintiséis años no había descubierto el amor, pero lo veía muy enamorado de mí. Era muy activo, tanto que muchas veces lo veía saltar de un lado a otro de la alegría que llevaba encima cada vez que nos besábamos. 
Conocí a algunos de sus amigos y cuando hablaban de sexo sentados en alguna terraza bebiendo cerveza, aseguraron que no era un tío de matarse a pajas, que él era de relaciones largas. Y es que siempre era cuidadoso y meticuloso en todo lo que hacía y decía. Se pensaba las cosas antes de decirlas o hacerlas. Jamás y nunca me alzó la voz, ni siquiera se enfadaba por mí impuntualidad. Se encogía de hombros, haciendo como que escuchaba. No era tan alto para su edad, salvajemente fibrado a consciencia; Tenía manos y pies pequeños, cuello grueso envenado, tierno pero activo y demasiado pulcro en algunas cosas que hacía. Puesto que no se lavó las manos en las tres ocasiones que fue al cuarto de baño. Sus fuertes brazos me rodearon el cuerpo continuamente, pero algo faltaba. Ni siquiera hablamos del sexo y la verdad es que me asustaba el momento en que surgiera ese tema.

Pronto cogimos la mala costumbre de salir hasta bien entrada la noche, incluso el me pagaba la guagua o el taxi porque vivíamos bastante lejos. Me gustaba lo bien que le quedaban los pantalones vaqueros y el culo que le hacían. A veces me sentaba encima de él y sentía como su cosa se levantaba, se le ponía juguetona. Se reía, me besaba, pero no tomaba la iniciativa de ir más allá. Eso me estaba dando que pensar.

By José Damián Suárez Martínez

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