miércoles, 23 de febrero de 2011

Sábado 6 de Marzo del 2010

Por la tarde no pudimos quedar porque a mí primo le había dado fatiga en el trabajo y estaba bastante cansado, me preocupé pero estaba bien, solo necesitaba descansar. Él tenía ganas de venir, le daba igual todo, pero le pedí que no, que sería mejor vernos otro día.

Me dirigí al parque de la iglesia donde me esperaba una conocida del barrio y con la cual cada día que pasaba me llevaba mejor. Yo estaba intentando que uno de los amigos de mí hermano se dignara a fijarse en mí, pero parecía ciego. Él se apoyaba en el capó del coche que estaba aboyado, a causa de un accidente de tráfico cuando se incorporaba a Vecindario desde la autopista. Estaba acompañado por José Carlos y se tomaron un descanso para fumarse un porro que éste último había liado con esmero sentado en la acera.

Mí amiga Yaiza tenía un algo especial. Mis ojos fueron distraídos por su pelo rubio, largo y ondulado. Siempre se la veía por el barrio con el carrito en el que trasladaba a su hijo Wenceslao de un añito de edad. Lucía un top blanco, un chándal de marca cara de su novio Isaac y sus ojos eran de un color marrón, como el de la tierra mojada. Llevaba algunas cadenas de oro con símbolos cristianos. Bajo su cabello poseía un rostro cincelado con forma de luna, una nariz fina y en el cuello un chupetón de algún beso absorbido para dejarla marcada, para que todos los tíos que la mirasen supieran que tenía pareja; aunque lo ocultaba diciendo que se lo había hecho para molestarla. Sus gestos tenían carácter, expresividad, infundían respeto y provocaba el deseo en los hombres. Bailaba al ritmo de la música del amigo de mí hermano, moviendo las caderas, sus senos resaltaban, ambos les lanzaron besos sinuosos e insinuantes.

Cada año un gran número de adolescentes quedaban embarazadas. Decían que muchos padres y profesores intentaban ayudar y se preguntaban que podían hacer para ayudar a sus hijos a vivir esa etapa de la vida y prevenir ese tipo de situaciones.

Conectamos desde la primera vez que nos presentaron en el parque. Su alegría y su espontaneidad hacían consecuencia en ambas. Nos estábamos volviendo amigas inseparables. Yaiza con dieciséis años tenía las ideas claras y era demasiado madura, una madurez abrupta y a golpe de palos. Me hablaba abiertamente de su vida sin tapujos, de la realidad que vivía día a día siendo la novia de un gandul de quince años, teniendo que esforzarse en los estudios que le permitían siempre y cuando estuviera al cargo de su hijo, de sus atenciones puesto que el padre era un irresponsable y si no se cuidaba terminaría volviéndola a preñar para luego de darse el gusto y dejarle el disgusto. Por lo cual se negaba en rotundo a hacerlo sin condón cuando no tomaba la píldora anticonceptiva.

Mí madre no se enteraba de si entraba o sí salía de noche y eso me daba más libertad a la hora de hacer nuevas amistades. Charlaba en la plaza hasta bien entrada la medianoche, justo antes de que un grupo de chicos del barrio se pusieran también allí. 
Con ellos se sentaban algunas madres, una de ellas era Lolina Sánchez que era a su vez la suegra de Yaiza. A pesar de que era divorciada y tenía un hijo de quince años, en el barrio la trataban como a una adolescente. Su risa era contagiosa por su alboroto, y cuando veía a cualquier treinta añero decía que quería echar un buen polvo, que estaba necesitada.

Vestía un pantalón acampanado, un top ajustado y no dejaba de poner a parir al padre de su único hijo Isaac, el cual la había dejado por su sobrina Leticia; su estado depresivo era natural y todas las chicas del barrio la animaban.
-Odio sentarme aquí por como me critican las vecinas -dijo bastante cansada de los comentarios sobre su persona.
-¡Coño suegra, pasa de las envidiosas! -le dijo animándola.
-Sí, Lolina -también la animaba Yurena-. ¡Pasa de esas putas con boca que solo saben joderle la vida a una!
-No sé que decir para animarte Lolina -le dije-. La verdad es que no te conozco mucho y no entiendo por qué está tan jodelonas tus vecinas, pero seguro que es porque eres una madre coraje, una luchadora de mucho cuidado, te envidio, pero con envidia sana.
-Gracias, Sara -me dedicó una humilde sonrisa-. Sé que nos conocemos poco, pero te aprecio como a una hija… -señaló a todos los chiquillos advirtiendo a voces-, y si alguno de estos pervertidos se atreve a ponerse de pesado me avisas que les canto las cuarenta a quien sea. Los quiero como a mi hijos, pero no aguanto los abusos.
Todos ellos la miraron con atención, la querían como a una madre y la escuchaban. Más que a sus propias madres que los parieron.
-No te preocupes, suegra -dijo Yaiza riéndose-. Si la ven con nosotras nadie se atreverá a meterse con ella porque saben lo que hay, ¿o no chiquillas?
-Sí, claro -afirmaron todas.
-Sí -reafirmaron los chicos.

Lolina no seleccionaba a los hombres con los que se acostaba, decía sin tapujo alguno que se sentía una ninfómana de mucho cuidado. Yo también había disfrutado del sexo, así que escuchaba de lo que hablaban entre ellas sin opinar. El guapo de Veneharo era el tipo de hombre ideal de Lolina, con miradas se lo decían todo. A todas nos hacía suspirar su piel tostada. Le encantaba el sexo y parecía un hombre insaciable. Un buen polvo; un buen partido. Sin duda estaba reservado para Lolina. Ella había estado con él, con un tal Yeray de Zárate, y mantuvo relaciones sexuales con un joven de veinte años, amigo de sus sobrinos, al que conoció en los mogollones de los carnavales. Y por esas fechas por obra del destino también conoció a Alberto Medina Robaina el padre de su hijo, dueño de un restaurante muy conocido en la isla de Gran Canaria. Ahora por despecho prefería follar como una loca con hombres más jóvenes e inexpertos. Era agradable, amena, charlatana y siempre embozando una sonrisa positiva. Su desengaño amoroso no la iba a volver loca. Por lo visto se había vuelto una asalta cunas, una atrevida, estaba en su salsa rodeada de todos esos jóvenes que la adoraban porque veían en ella un polvo fácil de echar con un par de cubatas encima. Su sueño era ver al padre de su hijo pidiéndole que volviera de rodillas. Victoriano el del Bar no paraba de celarla y enviarle mensajes de texto al teléfono móvil para quedar por la noche. Pero estaba cansada de acostarse con viejos de pollas arrugadas, puesto que había experimentado del sexo de otra manera con los jóvenes.
-Sara, ¿tienes un rotulador permanente a mano? -me preguntó Veneharo.
-Que va, tío…
-¡Joder que putada! -se lamentó-, queríamos poner nuestros nombres en el muro.
-Espera -dije buscando en el bolsillo de mí chaqueta, saqué el estuche que había olvidado dejar en casa y del interior saqué el tipe, creo que esto les servirá.
-¡Joder, eres una puntal! -dijo alargando su mano grande y de uñas comidas para cogerlo.

Lolina tenía muy buena relación con su nuera Yaiza y había aceptado muy bien la idea de ser abuela porque cuando la acogió en su casa tenía tres meses de embarazo.
-Fue duro descubrir que mi hijo Isaac iba a hacerme abuela con catorce años, pero luego una se acostumbra, ¿entiendes?

Miraba a la demás personas que paraban en la plaza, sentados enfrente, muchos de ellos no paraban de mirarme las tetas. Era una suerte no estar asolas con ellos porque parecían unos pervertidos de mucho cuidado. En las escaleras, las reuniones en la oscuridad. No habían más que porros y risas. Yaiza dejaba de fumar el porro y se lo pasaba a un macarra de otro barrio, con dos pretendientas, una que se le entregaba con facilidad, y otra que se la chupaba porque era virgen, y pura. Todos aguantaban las catadas unos minutos sin respirar antes de expulsarlos; por lo visto eso les provocaba un subidón tremendo. Yo sentía que me recorría un escalofrío. ¿Serían sinceras sus amistades y el cariño que me proporcionaban? Ellos eran solamente desconocidos a los que había cogido aprecio, pero que me daban compañía y tardes de diversión. Los sentía mis amigos, mis confidentes; me aceptaban tal y como era sin prejuicios hacia el tipo de persona que yo era. Me asombraba pensar que Isaac con quince y que Yaiza con dieciséis ya eran padres, y que se entendían. Me daba envidia verlos así de enamorados.

By José Damián Suárez Martínez

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