miércoles, 23 de febrero de 2011

Miércoles 3 de Marzo del 2010

Por la mañana mí hermana solía estar de mal humor y sus modales eran ponzoñosos. Hacía tiempo que no pasaba la noche en casa.
Cuando me duchaba antes de ir al instituto y al desnudarme solía contemplar mí anatomía: de abdomen plano, los brazos extremadamente delgados semejantes a mí constitución, el busto sano. Tras vestirme con el chándal y un top debido a que tenía asignatura de educación física, me peiné la abundante melena negra. Observé: la sonrisa la veía jugosa y sonriente después de pintarme ligeramente los labios con un tono sereno.

No tuvimos clase de Matemáticas y Micaela se ofreció a depilarme las cejas, puesto que siempre venía provista de un peine, unas pinzas, pintura de labios, compresas e incluso condones por si al salir del instituto le apetecía echar un polvo rápido con su novio. Siempre decía buenos comentarios acerca de las uñas de mis dedos, puesto que mí madre hacía la manicura y me había enseñado, y cuando terminó de depilarmelas, yo se las corté y limé.
-¿No hay ningún tío que te guste?
-No, para nada -me encogí de hombros-, ¿y tú que tal con Trusco?
-Pues bien, no imaginé que fuera tan bueno conmigo.
-Yo lo imaginaba. Pero debe de resultar raro besarle si se caían tan mal de pequeños.
-Sí, al principio sentí apuro. Sobretodo cuando se lo dije a mis padres, pero le aceptaron y hasta el día de hoy.
-¿Conoces a Abraham?
-¿Te gusta?
-Es guapo...
-Pues pasa de él.
-¿Y eso?
-El otro día se quedó en la clase con una de primero y se enrollaron. Es un asalta cunas, no te lo recomiendo. Además, eres demasiado buena como para andar con esa clase de tíos. Tú te mereces a alguien más de tu estilo, que estudie y trabaje. Te voy a presentar a algún amigo de mí novio, son guapos y todos trabajan. No son de estar tirados en la calle, ¿entiendes?
Se acercó Jessica al pupitre con una de sus sonrisas picaronas, ya que siempre tenía las antenas puestas:
-¿De qué hablan?
-De tíos -respondió Micaela.
-¡Ah!

Luego me contó uno de sus sueños: en el que estaba en una habitación a oscuras, se desnudaba y entraba un hombre, con olor a maduro, para ella ese señor tendría más de cuarenta años. En el mismo sueño se sorprendió de haberse comportado tan receptiva puesto que dejó que entrara, que se le tumbara encima y la poseyera. Cuando despertó se sintió terriblemente bien, incluso alardeaba de haber pasado un buen rato. Yo sin embargo días atrás, echándome la siesta soñé que estaba fecundada, se trató de un bonito sueño, sobretodo porque a veces me apetecía ser madre. Jessica que estaba muy atenta a la conversación dijo que esos sueños son buenos augurios, aseguraba que pronto quedaría embarazada. Pero yo no deseaba ser madre tan joven y mucho menos con recién cumplidos los quince años, puesto que no había acabado los estudios y que no estaba seriamente con Johan. Además, en el instituto todos ponían en duda el hecho de mí virginidad. 


Había un sueño del que nunca había hablado con alguien y tenía relación con mis pechos en pleno desarrollo, soñé en repetidas ocasiones que mis pechos estaban deformes, cortados y caídos. Una pesadilla que no quería volver a revivir ni dormida, ni despierta. Tampoco les iba a confesar que tenía sueños eróticos como le pasaba a Micaela que siempre fue más extrovertida. Muchas de las compañeras lo habían hecho y alardeaban de la buena experiencia y de que estaban dispuestas a repetir. Pero todas tenían el miedo de que las llamaran putas por el mero hecho de irse hoy con uno y mañana con otro. A Jessica eso le daba igual, le gustaba el sexo y le importaba un pimiento lo que le dijeran por detrás. Era nuestra amiga y nos había comentado acerca de sus tendencias sexuales, tenía claro que era bisexual, le gustaban los hombres y había perdido la virginidad con un bañista en la playa de Tufia, pero alardeaba de que hacerlo con una tía no tenía nombre, no podía explicarlo, era especial. 


Yo nunca había entendido demasiado el tema, todas eramos conocedoras de que tenían que tocarse las vaginas, pero hasta ese momento no supe que a veces se rozaban las vulvas para sentir otro tipo de placer que el solo producido a la hora de meterse los dedos. Yo me ponía roja como un tomate, porque esas cosas me daban mucha vergüenza y a otras compañeras les asqueaba; incluso la trataban terriblemente mal. Por mí parte, no. No era que no la aceptara, mucho menos, me daba igual lo que hiciera con su cuerpo y sus ganas. Solo que no entendía muchas cosas, conocía la existencia de los consoladores, pero la verdad es que no me vería metiéndome uno, ni siquiera dejando que una tía me metiera los dedos en la vagina, puesto que estaba segura de que me gustaban los machos.


By José Damián Suárez Martínez

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